Fin de semana de contrastes emocionales para nuestros cadetes
masculinos.
Se iniciaba la jornada en IMD con
un partido contra los Salesianos de la Trinidad, equipo que había dado buena
cuenta de su rival en su primer encuentro, y cuya puesta en escena con un
físico bastante imponente podía generar dudas en nuestros muchachos.
El susto por el tamaño de los
rivales duró lo que un primer cuarto en el que la presión que tan bien
practican nuestros cadetes desarboló el ataque rival, propiciando canastas fáciles que abrían una rápida diferencia,
que se amplió hasta 16 puntos en un segundo cuarto pleno de acierto e
intensidad. Las rotaciones contínuas, con un reparto coral de puntos y acciones
positivas entre una plantilla que había que dosificar, no dejaban lugar a
reacción por parte del equipo salesiano.
De este modo, tras un tercer
cuarto donde se superó holgadamente la treintena de puntos de ventaja, con solo
cuatro canastas convertidas por el equipo local, se pasó a una defensa a medio
campo que dejó un último período de trámite, sólo alterado por cierta dureza
innecesaria de la defensa local en la que hasta tres jugadores terminaron con
cuatro faltas.
Al final, veinticinco puntos de
diferencia que van dejando claras las jerarquías en el grupo, a expensas de lo
que pueda pasar con los equipos del vecino Macasta.
Por la tarde, vino la tensión, el
esfuerzo, el sudor ... y las lágrimas.
Ganar en la pista del Betis E+
requiere de muchos factores sobre los que no siempre se dispone. Un buen día en
ataque, conservar la calma ante las difíciles decisiones arbitrales y –a veces-
que también se aparezca la Virgen en un momento determinado, son exigencias
esenciales cuando las fuerzas están parejas sobre el terreno.
A pesar de la holgada victoria
ante este equipo en la primera jornada, se era conciente de todo ello, después
de que el fuerte equipo de Coria necesitara de un triple postrero para doblegar
a los blanquiverdes la semana anterior.
Pues bien, ninguno de esos
factores se dió. Lo que se ganaba en defensa se perdía en ataque, con fallos
continuos bajo el aro, el rebote era patrimonio del contrario y los contactos –que
se interpretaban desigualmente en una y otra zona- siempre se saldaban a favor
del Betis. A mayor abundancia, el milagro de que el balón decisivo cayera
dentro tampoco se produjo.
El inicio fue duro. Tuvimos
dificultades para ajustar la defensa y andábamos fallones en ataque, con una
escasa circulación de balón y acometidas individuales que no llevaban a nada. A
pesar de ello, al final del primer cuarto la diferencia de cinco puntos para
los locales era exigua a tenor de las sensaciones.
Peor fue la cosa en el segundo
cuarto, donde nos cargamos de faltas hasta el punto de acabar el cuarto con
nuestro front court saturado de
personales, con Miguel Farnés, Luis
Pedroche y Jose Cutiño con tres para cada uno... y a pesar de todo estábamos a
seis puntos, agarrándonos a la cancha.
Llegó el tercer cuarto y la
catarsis. La defensa de Fresas se hacía infranqueable y los jugadores béticos
empezaban a asumir la tensión de que habría partido hasta el final. De hecho,
tras una primera ventaja de los nuestros, el período terminaba con solo tres
puntos arriba para los locales y las espadas bien en alto para un período final
de infarto. Nos sobrepusimos a todo, incluida la anulación de una canasta más
adicional ya concedida para señalarnos pasos, seguida de una técnica a nuestro
entrenador tras esta decisión.
Y llegamos al final del tiempo
reglamentario, soportados en un Luis Pedroche imperial, forzando faltas y
encestando los libres, con contrataque y entrada que empataba a 58 a falta de
escasos segundos. Saque de fondo y robo de Lete que se la juega a dos segundos
en un balón que toca el aro, toca el tablero, cae al aro de nuevo... y se sale.
La fortuna se vistió con trece barras y les salvó la campana.
La prórroga fue una lenta y cruel
agonía, en la que el acierto triplista del Betis y las eliminaciones de Pepe
–también con técnica- y Jose Cutiño nos condenaron al 68-61 final. Siete puntos
que nos sirven para mantener el basket average de cara al final de esta fase y
la próxima.
Ver llorar de impotencia y
frustración a nuestros jóvenes y generosos guerreros fue el epílogo emocional a
un tremendo esfuerzo sin premio, pero que debe llenarnos de orgullo porque
pelearon sin desfallecer, contra el rival y contra unas circunstancias previsiblemente
adversas.
Y a pesar de todo, solo nuestros
errores en ataque y una pizca de suerte nos privaron de la victoria.
Para quitarse el sombrero... (J.C.C.R.)